Lewis Hyde es un prototipo de persona que me
despierta simpatía. Como quería ser poeta estudió humanidades. Los poemas no
generaban dólares y su casera lo perseguía reclamando alquileres atrasados, de
modo que trabajó de electricista y en otros menesteres para seguir con su
vocación. Estuvo como voluntario en Alcohólicos Anónimos durante varios años. Ha
escrito ensayos de éxito, edita revistas de poesía y dirige seminarios de
escritura creativa en las universidades de Harvard y Ohio, entre otras labores.
Una de sus obras más conocidas, ‘The Gift’
(El don), es un compendio de reflexiones procedentes de la antropología,
testimonios de escritores, interpretaciones de cuentos populares y algunas
intuiciones penetrantes procedentes de su experiencia vital y un profunda
asimilación del mundo clásico. Cuenta que al ser preguntado por el editor sobre
el público potencial del libro, él respondió que era un libro destinado a
poetas. Su sorpresa fue comprobar que el texto despertó la atención de un
público mucho más amplio y en ocasiones insospechado, como el caso de los
terapeutas.
En
esta obra Hyde sostiene que la parte básica de la creación artística es un don, una voz
que pasa a través del artista pero no le pertenece. Esto no quita la
importancia de los conocimientos, la técnica y el trabajo, pero como condición
necesaria, no suficiente. En el artista resulta esencial la convivencia de dos
realidades. Por una parte, el don como elemento que escapa a voluntad y objetivos;
por otra parte, la materialización de una obra.
La naturaleza del don es transformadora y social. El artista recibe un
don pero no lo posee, no lo puede manejar a su antojo, sino que más bien está
atento a los susurros y los sigue. El don conlleva un contenido y aceptar el
don implica pasar por una metamorfosis que me lleva a incorporar ese contenido
en mi identidad. El don es un catalizador para un cambio. El verdadero artista
es transformado por el don. Esta metamorfosis dejará huella, servirá como
señuelo que atrae a otras personas que
quieran adentrarse en un proceso de la misma naturaleza (asimilado por
cada persona de acuerdo con su idiosincracia particular).
Asimismo, si el don no es recibido por otras
personas y toca su corazón, entonces pierde vitalidad y fuelle. El espacio del
don no es la reciprocidad entre dos individuos. En la reciprocidad hay deuda, búsqueda de equilibrio entre dar-recibir y,
en definitiva, un circuito cerrado. En la medida que el don se transmite de
persona a persona y va despertando corazones que no conozco personalmente
aumenta su razón de ser, la transmisión no lo agota, al contrario.
Cuanta
más transmisión mayor retorno para el transmisor, retorno en forma de
sentimiento de vinculación, de ampliación del sentido de identidad. Es el tema
de la interdependencia, donde el acto de ofrecer algo y que lo ofrecido tenga
un impacto en otros permite salir de la sensación de aislamiento de un yo
separado.
El don no es una comodidad, toda
transformación implica dolor y los impases propios de la ruptura de la
autoimagen. Aceptar el don tampoco es una obligación. Además, sus frutos no son predecibles ni pueden cuantificarse con claridad en términos
de coste-beneficio, tiempo invertido-resultado. En definitiva no puede
definirse como un servicio ni encaja con las reglas clásicas de la economía de
mercado. Sin embargo, comparte escenario con
la economía de mercado.
Para Hyde resulta crucial:
-distinguir entre la dinámica del don y la
dinámica del mercado. Asocia el don con Eros, vinculación, comunión de las
partes, valor de uso, valor por circulación, imaginación, pensamiento
sintético. El mercado queda asociado con
Logos, separación, diferenciación en partes, valor por plusvalía entre precio
de coste y precio de venta, valor por rédito de los intereses, lógica,
pensamiento analítico.
- señalar que la dinámica del don va más allá
del espacio artístico, incluyendo parte de la vida laboral, social, cultural y
espiritual.
-buscar vías de coexistencia para que la
dinámica del mercado no ahogue la dinámica del don vaciándola de contenido.
-tener en cuenta que una cultura viva
contempla la transmisión de dones transformadores en una escala amplia de
grupos, ámbitos y materias.
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